INTRODUCCIÓN
La montaña te recibe con toda su vida, con su caudal salvaje de calores, fríos, sequías y lluvias, siempre como si mañana mismo el mundo fuera a terminarse. La montaña no sabe de mediocridad. Cuando llueve, diluvia. Cuando el sol aprieta, la lámina de los tejados se queja y cruje. Cuando la montaña se deforesta, gime con aullido de motosierra y su desnudez se toma venganza en torrentera desbordada que inunda las milpas y las esperanzas de los hombres y mujeres de maíz. Cuando hay muchos soles, la montaña se resquebraja, se revienta de pura sed.
La montaña te recibe con el mosquito del chaquiste, con la sarna desvergonzada que se llega donde casi nadie mira, con el piojito promiscuo o el paludismo traidor. Algunas veces te ahúma en un fogón, te moja de nieblas, te pierde y te encuentra.
La montaña te atrae, te seduce con sus caminos vírgenes y te enreda en sus, lianas, te hace explotar la vista con los secretos de la tierra, te apabulla con las ceibas gigantes, te canta con las bandadas de loros o con el viento en las ramas.
Pero a veces, la montaña se hace silencio, y en ese silencio suyo guarda una sabiduría tan vieja como la de los dioses primeros, los que nacieron el mundo.
Los caminos de la montaña igualan los pueblos. Confunden las pieles en el tono tostado de los polvos de la época seca o en el tono café del lodo cuando las lluvias. La montaña no hace distingos.
La montaña es hermosa, pero también es dura y viejísima, es como la conciencia de la historia.
Los hombres y mujeres de la montaña son de maíz, son hombres y mujeres de conocimiento largo, rebeldía antigua y corazón fuerte. Tienen estos hombres y mujeres su raíz en la montaña, y así como es de antigua, así es también su corazón y su mejor arma: la palabra.
Algunos, por mala fe o por silencio cómplice, quisieron condenar al pueblo tojolabal, tzeltal, tzotzil, chol a la cárcel del olvido, a una pena de muerte de menosprecio o absorción. Quisieron extinguir la palabra indígena y acallar a la montaña. Quisieron homogeneizar las culturas, olvidar el pasado y celebrar la injusticia. Creyeron que el silencio indígena era sumisión y que las copas de los árboles susurraban el lamento de la derrota de la historia. Quisieron entrar en una nueva era a golpe de libre comercio y velocidad depredadora.
Pero de por sí, no así era.
No deprisa camina el Viejo Antonio, sino ligerito. No en el barullo, no en el ruido.
El viejo Antonio lía despacio su tabaco y aunque poca es su palabra, está llena de verdad y conocimiento de siglos. El viejo Antonio pone voz a los valores de la montaña, da palabra a la cultura del acuerdo, se encarga de cargarse y cargarnos a la espalda la carga de escándalo que supone decir ya basta a la imposición y al engaño.
El Viejo Antonio dice que Justicia no es dar castigo, sino dar a cada cual la dignidad que se merece. Dice que Libertad es poder escoger un camino que no deje nadie en la cuneta. Que Democracia es un acuerdo común de todos los pensamientos, aunque no todos los pensamientos sean iguales.
Y aunque es grande el peso de sus años, tiene mirar joven el corazón del Viejo Antonio. Porque sabe el Viejo Antonio que la lucha es como un círculo. Se puede empezar en cualquier punto, pero nunca termina.
Nosotros no conocimos al Viejo Antonio.
Pero conocimos la montaña.
Conocimos a los hombres y mujeres, a las ancianas y a los viejos, a los niños u a las niñas de maíz.
Y nos hirió con herida de vida nuestro corazón. Chiapas hoy es una cicatriz indeleble, que no queremos que se nos quite de acá adentro. Y les aprendimos, que el círculo de esa lucha puede ser tan grande como la bola del mundo, sólo hace falta querer meterse. Y, como aprendieron a llover las nubes, les aprendimos que la pelea es por morirse aliviando, en un beso, el dolor de la tierra.
Los editores
La montaña te recibe con toda su vida, con su caudal salvaje de calores, fríos, sequías y lluvias, siempre como si mañana mismo el mundo fuera a terminarse. La montaña no sabe de mediocridad. Cuando llueve, diluvia. Cuando el sol aprieta, la lámina de los tejados se queja y cruje. Cuando la montaña se deforesta, gime con aullido de motosierra y su desnudez se toma venganza en torrentera desbordada que inunda las milpas y las esperanzas de los hombres y mujeres de maíz. Cuando hay muchos soles, la montaña se resquebraja, se revienta de pura sed.
La montaña te recibe con el mosquito del chaquiste, con la sarna desvergonzada que se llega donde casi nadie mira, con el piojito promiscuo o el paludismo traidor. Algunas veces te ahúma en un fogón, te moja de nieblas, te pierde y te encuentra.
La montaña te atrae, te seduce con sus caminos vírgenes y te enreda en sus, lianas, te hace explotar la vista con los secretos de la tierra, te apabulla con las ceibas gigantes, te canta con las bandadas de loros o con el viento en las ramas.
Pero a veces, la montaña se hace silencio, y en ese silencio suyo guarda una sabiduría tan vieja como la de los dioses primeros, los que nacieron el mundo.
Los caminos de la montaña igualan los pueblos. Confunden las pieles en el tono tostado de los polvos de la época seca o en el tono café del lodo cuando las lluvias. La montaña no hace distingos.
La montaña es hermosa, pero también es dura y viejísima, es como la conciencia de la historia.
Los hombres y mujeres de la montaña son de maíz, son hombres y mujeres de conocimiento largo, rebeldía antigua y corazón fuerte. Tienen estos hombres y mujeres su raíz en la montaña, y así como es de antigua, así es también su corazón y su mejor arma: la palabra.
Algunos, por mala fe o por silencio cómplice, quisieron condenar al pueblo tojolabal, tzeltal, tzotzil, chol a la cárcel del olvido, a una pena de muerte de menosprecio o absorción. Quisieron extinguir la palabra indígena y acallar a la montaña. Quisieron homogeneizar las culturas, olvidar el pasado y celebrar la injusticia. Creyeron que el silencio indígena era sumisión y que las copas de los árboles susurraban el lamento de la derrota de la historia. Quisieron entrar en una nueva era a golpe de libre comercio y velocidad depredadora.
Pero de por sí, no así era.
No deprisa camina el Viejo Antonio, sino ligerito. No en el barullo, no en el ruido.
El viejo Antonio lía despacio su tabaco y aunque poca es su palabra, está llena de verdad y conocimiento de siglos. El viejo Antonio pone voz a los valores de la montaña, da palabra a la cultura del acuerdo, se encarga de cargarse y cargarnos a la espalda la carga de escándalo que supone decir ya basta a la imposición y al engaño.
El Viejo Antonio dice que Justicia no es dar castigo, sino dar a cada cual la dignidad que se merece. Dice que Libertad es poder escoger un camino que no deje nadie en la cuneta. Que Democracia es un acuerdo común de todos los pensamientos, aunque no todos los pensamientos sean iguales.
Y aunque es grande el peso de sus años, tiene mirar joven el corazón del Viejo Antonio. Porque sabe el Viejo Antonio que la lucha es como un círculo. Se puede empezar en cualquier punto, pero nunca termina.
Nosotros no conocimos al Viejo Antonio.
Pero conocimos la montaña.
Conocimos a los hombres y mujeres, a las ancianas y a los viejos, a los niños u a las niñas de maíz.
Y nos hirió con herida de vida nuestro corazón. Chiapas hoy es una cicatriz indeleble, que no queremos que se nos quite de acá adentro. Y les aprendimos, que el círculo de esa lucha puede ser tan grande como la bola del mundo, sólo hace falta querer meterse. Y, como aprendieron a llover las nubes, les aprendimos que la pelea es por morirse aliviando, en un beso, el dolor de la tierra.
Los editores
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada